Con el objetivo de aportar buena competencia al vehículo propulsado por motores de combustión interna alternativos, es importante que el motor eléctrico que se elija tenga los ratios potencia/peso y potencia/dimensiones del mismo orden de magnitud o a ser posible mayores que los de combustión.
Otra exigencia que deberíamos plantear a los motores eléctricos es una gran robustez mecánica y térmica de tal forma que su vida útil se pueda comparar con los de combustión sin necesidad de un mantenimiento excesivo.
Tampoco debemos perder de vista el confort, que aunque el motor eléctrico sea más silencioso, debe cumplir también que sus vibraciones sean parecidas o menores que en los vehículos de combustión.
Por último una de las condiciones más importantes, el coste. El motor es uno de los elementos más importantes del vehículo, por lo que mientras mayor reduzcamos el coste del mismo menor será el coste del vehículo completo.
No sería bueno que la concepción del vehículo actual cambiara por completo, puesto que esto supondría cierta reticencia a la compra de la nueva tecnología. Para evitar esto se llevan a cabo técnicas como por ejemplo, aprovechar la posibilidad de recuperación de energía que proporciona el uso de motores eléctricos integrando el freno motor en el primer tramo del pedal del freno, y cuando el par de freno es mayor que el par de frenando que puede proporcionar el motor eléctrico entran en juego las pastillas de freno.
El par que proporcione el motor debe carecer de fluctuaciones, de forma que dé sensación de seguridad. La curva del par-velocidad de los vehículos se adapta perfectamente a la curva de los motores eléctricos, teniendo un par prácticamente constante a bajas velocidades y a medida que subimos la velocidad va decayendo. Esto permite la ausencia del sistema de transmisión con caja de engranajes.
Los motores eléctricos en su mayoría tienen más capacidad de sobrecarga que los de combustión por lo que no será preciso sobredimensionar tanto estos motores.